El primer enemigo | El segundo enemigo | El tercer enemigo | El último enemigo

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– En nuestras conversaciones, don Juan usaba a menudo la frase «hombre de conocimiento», o se refería a ella, pero nunca explicaba qué quería decir. Inquirí al respecto.

‑Un hombre de conocimiento es alguien que ha seguido de verdad las penurias de aprender –dijo-. Un hombre que, sin apuro, sin vacilación ha ido lo más lejos que puede en desenredar los secretos del poder y el conocimiento.

‑¿Puede cualquiera ser un hombre de conocimiento?

-No, no cualquiera,

-¿Entonces qué debe hacer un hombre para volverse hombre de conocimiento?

-Debe desafiar y vencer a sus cuatro enemigos naturales.

-¿Será un hombre de conocimiento tras derrotar a estos cuatro enemigos?

‑Si. Un hombre puede llamarse hombre de conocimiento sólo si es capaz de vencer a los cuatro.

-Entonces, ¿puede cualquiera que venza a estos enemi­gos ser un hombre de conocimiento?

‑Todo el que los venza se convierte en un hombre de conocimiento.

‑¿Pero hay requisitos especiales que un hombre debe cumplir antes de luchar con estos enemigos?

‑No hay requisitos. Cualquiera puede tratar de llegar a ser hombre de conocimiento; muy pocos llegan a serlo, pero eso es natural. Los enemigos que un hombre encuentra en el camino para llegar a ser un hombre de conocimiento son de veras formidables, de verdad poderosos; y la ma­yoría, pues, se pierde.

‑¿Qué clase de enemigos son, don Juan.

Se negó a hablar de los enemigos. Dijo que pasaría largo tiempo antes de que el tema tuviera algún sentido para mí. Traté de mantener vivo ese tema, y le pregunté si pen­saba que yo podía volverme hombre de conocimiento. Dijo que nadie podía decir eso de seguro. Pero yo insistí en preguntar si había algunas pistas que él pudiera usar para determinar si yo tenía o no oportunidad de convertirme en un hombre de conocimiento. Dijo que dependería de mi batalla contra los cuatro enemigos ‑de si podía yo vencer­los o salía vencido‑ pero que era imposible predecir el resultado de esa lucha.

Le pregunté si podía usar brujería o adivinación para ver el desenlace de la batalla. Dijo terminantemente que los resultados de la contienda no podían anticiparse por nin­gún medio, porque volverse hombre de conocimiento era cosa temporal. Cuando le pedí explicar este punto, replicó:

‑Ser hombre de conocimiento no tiene permanencia. Uno no es nunca en realidad un hombre de conocimiento. Más bien, uno se hace hombre de conocimiento por un ins­tante muy corto, después de vencer a las cuatro enemigos naturales.

‑Debe usted decirme, don Juan, qué clase de enemigos son.

No respondió. Insistí de nuevo, pero él abandonó el tema y se puso a hablar de otra cosa.

Cuando me disponía a partir, decidí preguntarle una vez más por los enemigos de un hombre de conocimiento. Aduje que no podría regresar en algún tiempo y serla buena idea escribir lo que él dijese y meditar en ello mien­tras estaba fuera.

Titubeó un rato, pero luego comenzó a hablar.

‑Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. Su propósito es deficiente; su inten­ción es vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender.

«Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. Y sus pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía. Y así se comienza a tener miedo. El conoci­miento no es nunca lo que uno se espera. Cada paso del aprendizaje es un atolladero, y el miedo que el hombre experimenta empieza a crecer sin misericordia, sin ceder. Su propósito se convierte en un campo de batalla.

«Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡el miedo! Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto en cada recodo del camino, acechando, esperando. Y si el hombre, aterra­do en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a su búsqueda.»

‑¿Qué le pasa al hombre si corre por miedo?

‑Nada le pasa, sólo que jamás aprenderá. Nunca llega­rá a ser hombre de conocimiento. Llegará a ser un ma­leante, o un cobarde cualquiera, un hombre inofensivo, asus­tado; de cualquier modo, será un hombre vencido. Su primer enemigo habrá puesto fin a sus ansias.

‑¿Y qué puede hacer para superar el miedo?

‑La respuesta es muy sencilla. No debe correr. Debe desafiar a su miedo, y pese a él debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debe estar lleno de miedo, pero no debe detenerse. ¡Esa es la regla! Y llega un momento en que su primer enemigo se retira. El hombre empieza a sentirse seguro de si. Su propósito se fortalece. Aprender no es ya una tarea ate­rradora.

«Cuando llega ese momento gozoso, el hombre puede decir sin duda que ha vencido a su primer enemigo na­tural.»

‑¿Ocurre de golpe, don Juan, o poco a poco?

‑Ocurre poco a poco, y sin embargo el miedo se con­quista rápido y de repente.

‑¿Pero no volverá el hombre a tener miedo si algo nuevo le pasa?

‑No. Una vez que un hombre ha conquistado el miedo, está libre de él por el resto de su vida, porque a cambio del miedo ha adquirido la claridad: una claridad de mente que borra el miedo. Para entonces, un hombre conoce sus deseos; sabe cómo satisfacer esos deseos. Puede prever los nuevos pasos del aprendizaje, y una claridad nítida lo rodea todo. El hombre siente que nada está oculto … –

Las enseñanzas de Don Juan (Carlos Castaneda)