Las reacciones más habituales son la ira y la autocompasión. Quieres defenderte del ataque y al mismo tiempo te lamentas:

“¿Qué he hecho yo para merecer esto?”

Te gustaría que esa persona cambiara. Olvídate. No puedes cambiar al energúmeno que te ataca, pero sí puedes cambiarte tú. Puedes cambiar la forma de enfocar el problema, la forma en la que te afecta e incluso contemplarlo como una oportunidad de aprender. Cuanto antes seas consciente de que está en tus manos, mejor.

 

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